Siempre son Anna y Carine, siempre los mismos nombres, siempre diseñadores, modelos y fotógrafos. Que se rompa la rutina y que se brinde honor a quien tiene otra historia, a quien no nació en el seno de una familia acomodada y a quien no tiene en la piel el color habitual de los amantes del mundo chic.
André Leon Talley tiene la altura de un rascacielos, el peso de un gigante y escribe con la pluma de un ave fénix. Camina dejando huella, llorando por dentro y cantando sus incesantes encuentros con el lado frívolo del arte. Trabaja a lado de magníficos exponentes quienes le han tendido la mano esperando ser inspiración y descubrimiento del único afro-americano sentado en primera fila. Los trajes los lleva a la medida de sus excesos y su enormidad sólo es reflejo de su talento, pupilo avasallador de una abuela que lo fue todo: padre, madre e ícono fashionista. Así la infancia quedó atrás, siendo absorbida la esencia de un pequeño cuya pasarela favorita era la que observaba los domingos en misa y cuya mente fue robada por las páginas de Madame Bovary, proyectando su admiración en héroes que dejaban de ser Superman para convertirse en Anna Wintour y Diana Vreeland
Heredero único de la obsesión por el detalle y cazador furtivo del lujo y la sofisticación, la imagen de André se asemeja más a la de un chef de People&Arts que a la de un coeditor de Vogue USA. Sin embargo, la lejanía que hay entre él y los convencionalismos construyó el sendero que sostiene la figura de un hombre que no le teme a ser diferente, convirtiéndolo en arquitecto de su propio mundo a través de Andy Warhol, Diane von Furstenberg y Richard Avedon. Talley conoció a Steven Meisel y Anna Sui durante las madrugadas recurrentes después del eterno sonido de la música proveniente de discotecas como Le Jardin y sucumbió ante las fantasías desembocadas al encontrarse de frente con una colección prêt-à-porter. Irónicamente, su círculo de amigos es de dudosa procedencia: Jennifer Hudson, Beyoncé y Mariah Carey. No existen ejemplos más claros de la decadencia fastuosa y curvilínea del gusto excesivo, pero Talley sobrevive a la avalancha porque su corazón y su mirada son cabalgados por distintos jinetes y el resultado deviene impecable para darle a su intimidad amistades entrañables y a su trabajo originalidad sin precedentes.
Carolina del Norte lo vio nacer pero Nueva York, París y Londres le han visto emerger por más de veinticinco años y él a cambio decidió dejar su marca para toda la vida, porque su sueño comenzó como el de muchos, leyendo Vogue y Harper's Bazaar, pero su realidad se ha convertido en legado de letras, libros e individualidad. Un personaje que vibra de igual manera con una sábana de algodón que con una bolsa de piel de cocodrilo... extraordinario André Leon Talley.
André Leon Talley tiene la altura de un rascacielos, el peso de un gigante y escribe con la pluma de un ave fénix. Camina dejando huella, llorando por dentro y cantando sus incesantes encuentros con el lado frívolo del arte. Trabaja a lado de magníficos exponentes quienes le han tendido la mano esperando ser inspiración y descubrimiento del único afro-americano sentado en primera fila. Los trajes los lleva a la medida de sus excesos y su enormidad sólo es reflejo de su talento, pupilo avasallador de una abuela que lo fue todo: padre, madre e ícono fashionista. Así la infancia quedó atrás, siendo absorbida la esencia de un pequeño cuya pasarela favorita era la que observaba los domingos en misa y cuya mente fue robada por las páginas de Madame Bovary, proyectando su admiración en héroes que dejaban de ser Superman para convertirse en Anna Wintour y Diana Vreeland
Heredero único de la obsesión por el detalle y cazador furtivo del lujo y la sofisticación, la imagen de André se asemeja más a la de un chef de People&Arts que a la de un coeditor de Vogue USA. Sin embargo, la lejanía que hay entre él y los convencionalismos construyó el sendero que sostiene la figura de un hombre que no le teme a ser diferente, convirtiéndolo en arquitecto de su propio mundo a través de Andy Warhol, Diane von Furstenberg y Richard Avedon. Talley conoció a Steven Meisel y Anna Sui durante las madrugadas recurrentes después del eterno sonido de la música proveniente de discotecas como Le Jardin y sucumbió ante las fantasías desembocadas al encontrarse de frente con una colección prêt-à-porter. Irónicamente, su círculo de amigos es de dudosa procedencia: Jennifer Hudson, Beyoncé y Mariah Carey. No existen ejemplos más claros de la decadencia fastuosa y curvilínea del gusto excesivo, pero Talley sobrevive a la avalancha porque su corazón y su mirada son cabalgados por distintos jinetes y el resultado deviene impecable para darle a su intimidad amistades entrañables y a su trabajo originalidad sin precedentes.
Carolina del Norte lo vio nacer pero Nueva York, París y Londres le han visto emerger por más de veinticinco años y él a cambio decidió dejar su marca para toda la vida, porque su sueño comenzó como el de muchos, leyendo Vogue y Harper's Bazaar, pero su realidad se ha convertido en legado de letras, libros e individualidad. Un personaje que vibra de igual manera con una sábana de algodón que con una bolsa de piel de cocodrilo... extraordinario André Leon Talley.
4 comentarios:
hoy me crucé con tu blog de casualidad y realmente me EN-CAN-TÓ !!!
giselle (argentina)
quieroeso.blogspot.com
tú blog es adictivo.....beso
Escribes muy bien,me encanta André.El año pasado empezó una dieta y lo iba contando(cómo perdía peso)mes a mes en Vogue,y las protestas de las asociaciones americanas de dietistas llamandole la atencion.Me encantan sus artículoos para Vogue son muy divertidos.Te seguiré visitando.Diegulazo.
cuanta actitud!!!!!
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