miércoles, 26 de septiembre de 2007

TOM Y EL SEXO



La asociación de parejas eternas a lo largo de la historia marca prototipos y estereotipos de los que nunca puede descifrarse nada y que, sin embargo, se convierten en éxito puro. Los símbolos se transforman en un obligado pensamiento cuando la necesidad de respuesta carcome nuestros sentidos y los íconos traducen los deseos melancólicos de algo que queremos ser pero que sólo otros se atreven a vivir. Así es posible citar ejemplos que se han tomado de la mano para nunca soltarse como Audrey Hepburn y la elegancia, Adolfo Hitler y la maldad, Frida Kahlo y el sufrimiento... Tom Ford y el sexo. Estos últimos, aliados de por vida desde aquella primera colección para resucitar el cuerpo lánguido de Gucci en 1990, caminan compañeros por las avenidas, se toman fotos para las páginas de las principales revistas (o al menos para aquellas que se atrevan a publicarlas) y luchan por vestir hasta el cuerpo más recatado.
Cuando Tom presentó su última colección para YSL y Gucci, anunciando en el 2004 su separación definitiva de estas marcas, el futuro incierto de las pasarelas se colgó de sus brazos y hasta hoy se ríe de nuestras ganas por verlo emerger de nuevo. Esteé Lauder es la única empresa responsable de una colaboración con semejante gigante y sólo en el ámbito de la belleza estricta, algo sin lugar a dudas inesperado para todos aquellos que aguardábamos una línea de ropa alterna o el diseño de una imagen bajo el general establecido de una maison. Pero ese es Tom Ford, un alma independiente, impredecible y artísticamente sorpresiva. Además de un homosexual declarado que le rinde culto abierto y honesto a la presencia viril mucho más que a la femenina últimamente, ya que sólo ha querido cubrirlos a ellos de la genialidad textil resguardada bajo el techo de una exclusiva boutique en Nueva York.


Actualmente, este diseñador, texano de nacimiento, pretende seducirnos con el aroma de una nueva fragancia masculina, cuyo envase resulta primitivamente sensual y absolutamente característico de una mente que no puede evitar unir el lujo con el sexo, tal y como se funde el hombre con la mujer. Dos placeres que sin duda se encuentran brillantes en el pensamiento de cualquiera y que hoy se presentan fálicos dentro de un perfume con publicidad altamente sugerente, erótica y pornoglam, como diría mi Diable; y que además, hace de los vibradores un concepto totalmente obsoleto. Es como mirar la versión suntuosa y XXX de un comercial donde las mujeres caen rendidas ante la esencia de un hombre mientras lo mantienen perdido entre sus senos y entre sus piernas.
La campaña promete el perenne (y conste que dije perenne) juego carnal de la mente y el cuerpo sin escrúpulo alguno, consiguiendo la credulidad comercial de aquél que se atreva a rociarlo sobre su pecho. Tal y como una mujer puede creerse poseedora de un atractivo irresistible al llevar un atuendo firmado por Tom Ford, autor de miles de sueños... aunque sean húmedos.
Los mojigatos dirán que es demasiado, los depravados le dedicarán un íntimo homenaje y esta Diablesse sólo se divierte viendo como el mundo de la moda y sus muy singulares habitantes ponen a prueba las barreras de todas las sociedades existentes. Si es algo aprobable o reprobable, será cuestión interna de cada ser humano, lo maravilloso de todo esto es la capacidad de exposición que tienen las ideas dentro de la cultura fashionista. Aquí hay espacio para el arte que no es arte, para la imagen que explota en palabras y para la persona que esconde su imperfección bajo el detalle de las formas.
Las fotografías, cortesía de Terry Richardson, de esta nueva creación fordiana hablan por sí solas, no necesitan análisis y mucho menos consentimiento. Tom trabajó una vez más bajo el idilio que mantiene con el sexo y deja entrever que no hay relación más exitosa. Sólo hace falta una actitud como la de Tom Ford para saber que no hay dosis suficiente capaz de calmar la lujuria provocada por un creador que va más allá de los instintos y que logra sus objetivos a pesar de las costumbres. La distancia entre él y el olvido se mide en años luz, por encima de todo y de todos.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

NOSTALGIA POR UNA MUSA



En una noche lluviosa donde quedan pocas ganas de hacer y muchas de recordar, encontré un par de fotografías que me han hecho extrañar y también anhelar el regreso de quien nunca debió irse. Suspiro por aquellos tiempos en los que miraba la televisión esperando con ansia la hora de ver Sex and the city, de ver a Carrie correr enfundada en unos Jimmy Choo que la hicieran tan alta como un rascacielos de Nueva York y tan eterna como un romance que se guarda en el corazón. Espero el arribo del personaje que hoy viste de verde y que ha sido el motivo de infinitos versos porque su estilo invadió los armarios y porque su chispa encendió la llegada de una musa que vivirá para siempre en el libro soberbio de la inspiración. Nunca obvia, siempre Carrie.



Al verla sonrío por la explosión de colores, por la mezcla de estilos y por la gracia de los íconos. Carrie lleva en sus manos a miles de mujeres, distintas como las flores, mientras desayuna con las cómplices de toda la vida. A todas y cada una las carga en su cabello ondulado, en su pasión por los zapatos, en sus devaneos con el sexo opuesto y en su flirteo inmortal con la moda. Aquí una pequeña muestra del eclecticismo característico de su estampa, detalles encontrados de forma distinta y combinados con un cinturón de remaches, tacones Dior y el toque kitsch para nunca olvidar a Patricia Field. La versión cinematográfica de un símbolo de la televisión cada vez está más cerca y de nuevo podré emocionarme con la presencia de innumerables atuendos que me harán encontrar orgullosa en el interior de una esencia ajena al guión, que yo también soy un pedacito de Carrie. Romántica, femenina y siempre chic.


lunes, 17 de septiembre de 2007

ESTILO REAL



El estilo puede traducirse con infinidad de letras y existe desde siempre un deseo incontenible por encontrar la frase perfecta que describa el universo de creaciones que se esconden detrás de él. Actualmente, hay miles de ejemplos reducidos en nombres famosos que intentan, más no logran, presentar una imagen cuyo significado acabe con la efímera búsqueda de un ideal, sin embargo, los adjetivos célebres que se le han adjuntado a este término acaban por ser más un remedo de lo in (por no decir indigno) que un ferviente triunfo. Sienna Miller, Keira Knightley, las Olsen y una larga lista de estrella-das corren día con día bajo la insignia de lo chic, sin llegar al acto decoroso de la sofisticación, pero con una multitud detrás de ellas hambrienta de fashionismo existencial (lamento las susceptibilidades heridas, es sólo mi punto de vista). Sobra decir, el hartazgo que generan dichos rostros en mi rutina, no soporto verlas en las portadas de revistas, aunque vendan más que cualquiera, y no voy a darles cabida en mi sustancia criticando cada uno de sus respiros. Si quisiera detener los instantes para observar un retrato atemporal poseedor de las características obligadas de una chica con estilo, lo haría con la mujer que secuestra en sus movimientos el recuerdo de una grande y cuyo andar marca el conocimiento de la elegancia, su nombre... Charlotte Marie Pomeline Casiraghi Grimaldi.




De nombre impronunciable y belleza indiscutible, Charlotte surge con aires de enamoramiento noble y pinceladas de cuento de hadas, lo mismo enfrenta la dictadura de un reinado que los encantos mundanos de la tierra que pisa, por supuesto, con atuendos que van de la mano con el momento adecuado. Si su vida no es sencilla, sabe ocultarlo y si su atuendo falla, sabe imponerlo; nunca ha sido víctima de la voracidad vanguardista y contiene el olfato necesario para no sumergirse en la antigüedad de su abolengo.
Charlotte es dueña de una presencia arrolladora, un tanto melancólica con toques de sensualidad, por lo tanto, su estilo es una mezcla de lo que demanda cualquier joven fusionado con la clase que ilustran los genes y la individualidad del ser. Vogue USA y Vanity Fair la han incluido en sus respectivas listas de suprema vestimenta, aún siendo una pequeña, y yo añoro admirarla algún día en editoriales de Demarchelier y no de paparazzi. Ella sí tiene mi permiso. Estaría genial en un YSL de flores violetas haciendo castillos de arena bajo el atardecer de la Costa Azul o qué tal si la instalamos en el estilo de su abuela, Grace Kelly, y la enfundamos en un Christian Dior vintage mientras se reclina en un sillón de terciopelo para una fotografía blanco y negro.



De día se desliza en sacos y jeans, por la tarde baila en minivestidos y peep toes y en la noche flota entre plumas, canutillos y profundidad. No le teme a la altura de un par de tacones y besa tiernamente el erotismo de unas medias de seda, la chica lleva lo clásico en la sangre pero con destellos de modernidad, el linaje se prenda de su sonrisa y la rebeldía de su sombra.
Colores de bajo perfil, accesorios exquisitos y telas arrolladoras son algunos detalles complemento de su vanidad; el maquillaje es sutil y el cabello delicadamente natural; sin faltar Chanel, Valli y Chloé siguiéndola por donde ella ordene. El apellido es un peso que ha aprendido a guardar en magníficos bolsos, a veces índice de la enormidad y otras acento de la modestia. Las gafas vintage de Ray Ban esconden la inevitable apariencia de una princesa, aún cuando la hermosura parezca no ser del todo prolija. Las bufandas largas y gruesas recorren el torso con distinción mientras repelen los vientos del Viejo Continente. Y los diamantes brillan a la par de una noche que marca el refinamiento concedido a las galas de alcurnia.




La adorable monegasca es inspiración de creadores y obligada invitada de los front rows, sin embargo, su espíritu no roba cámara... no... ella desafía la soberbia y arrogancia encontrada en las demás rubias celestinas que aparecen sonrientes bajo la luz cegadora de la fama. A diferencia de las otras, Charlotte monta caballos, no lo que se mueva. Sus partes íntimas siguen siendo íntimas y uno puede fácilmente perderse en la sustancia de su mirada para jamás encontrarla con la mirada perdida por las sustancias, es decir que su ritmo se escucha más por el lado de Vanessa Paradis que por el de Fergie. Aunque en ocasiones parece aburrirse sumergida en los sueños creados por una imaginación a la que no le falta nada pero que añora mucho, haciéndolo con la tremenda desfachatez de una princesa que se encuentra sentada en el lugar privilegiado que le reservan durante los desfiles de Karl Lagerfeld.
Pero es Charlotte, la niña consentida de Mónaco. No hay nada que no se le permita, así como no hay nada que se le compare. El silencio de su distinción retumba más que el obligado glamour del brillo espectacular de actrices y cantantes. Su mejor arma es existir y su huella madurará con los años, logrando la evolución concreta de una musa de infinito carácter y tradición. El tiempo será el mejor aliado de su muy personal método chic y seguro le otorgará la aprobación de más de un detractor. Además habla francés y eso tiene que hacerla aún más irresistible.



Y sí, tiene buen cuerpo... ·%&$(?@/" ¡Maldita sea!. Les dejo un regalo para satisfacer el morbo.


martes, 11 de septiembre de 2007

EL ANGEL CAÍDO


El nuevo Marc, fotografiado por Koto Bolofo.

La vida nunca ha sido fácil, existir resulta un difícil arte y cometer errores, una rutina inagotable. Marc Jacobs no es la excepción, afortunadamente él cayó de la gracia para convertirse en la gracia misma, nunca conoció la bondad del paraíso y, sin embargo, hoy goza de las mieles del genio sublimado.
Nació un 9 de abril de 1963 en la ciudad de Nueva York, su abuela le enseñó a coser y tejer, pero fue su interior quien le enseñó a crear. Fue entonces que comenzó una historia cuyo final permanece incierto, pero cuyo desarrollo ha mantenido la bipolaridad del obligado sufrimiento con la suntuosidad del triunfo. Y es que el reflejo de un espejo jamás es convincente, no importa si refleja la grandeza de una mente, al final siempre hay un detalle o un todo que nos hace querer no mirar. Jacobs luchó contra su propia imagen, "qué mas da si después de todo nada mejorará", así pensaba y así actuaba. Quién no lo recuerda al término de cada desfile asomarse unos cuantos segundos, desgarbado, tímido y desaliñado. No podía haber mayor contraste entre sus colecciones y su persona, clásico enfrentamiento entre el cool chic y el abandono víctima de la inseguridad.


Polos opuestos

Nadie escapa de sus miedos, el temor no respeta, ni siquiera al diseñador más aclamado, Marc Jacobs es el escritor de una historia que ha marcado a muchos... a todos... a él. Invitado eterno del ojo del huracán, del centro de las miradas, un día son sus diseños los que se someten a juicio y en un instante ya es su apariencia la que está siendo destrozada. Por qué no aceptamos el brillo de una esencia tal cual es, por qué hay que escudriñar en su existencia como si la nuestra fuese perfecta y por qué nos gusta menos su trabajo si él parece modelo de revista.
Discípulo del legendario Perry Ellis; estudiante consagrado de Parsons (Design School); amigo incondicional de Sofia Coppola, Winona Ryder y Scarlett Johansson; presidente de su propia corporación, Jacobs Duffy Designs Inc. Todo ésto y más es Marc Jacobs. El hombre que logró levantar de la cama, y sin pagar nada, a Linda Evangelista y Naomi Campbell en 1994 para su primera colección ready-to-wear. ¿Más claro? Imposible.


Desfile Primavera-Verano 2008 de Marc Jacobs.

Su interior está intacto, Marc es el mismo chico que no supo que era gay hasta que otros lo bañaron en burlas, ese cuya infancia no quisiera recordar y que a veces se siente mejor con el fracaso de otros, ese que vive con la maravillosa idea de que cualquier tendencia es hermosa porque imprime la individualidad de quien la porta. Entonces, admirable deberá ser la persona que combate consigo misma para otorgarse el triunfo de las virtudes sobre los vicios, sobre todo si además cuenta con la creación de prendas adorables.
El día llegó, el reloj marcó la hora, las voces no pudieron callarse y Marc Jacobs cerró la Semana de la Moda en Nueva York. Aquí viene sigiloso el escrutinio, las lenguas dicen "una colección incomprensible sin el sello personal", otras cuentan "un paso adelante, sexualmente arrebatadora" y yo sólo observo caer los estigmas sobre una piel que saldrá inmaculada. La moda juzga enseguida y comprende demasiado tarde, sin embargo, se rinde y ama aunque sea en el fondo. Por mi parte, dejo al resto la tarea de criticar, yo prefiero admirar y entonces escribir.


Una década de estilo, Marc Jacobs (arriba) y Louis Vuitton (abajo), 1997 a 2007.

Un estadounidense que conquistó Europa, un chico que le dio vida a un grande (Louis Vuitton), un hombre que entendió a la mujer, Marc ha recorrido el camino que se le marca sólo a quienes pueden forjar un legado sin final y a quienes jamás liberarán su inspiración porque se ha convertido en la presa ideal de nuestros deseos. Sus sueños vienen con logos, grunge y un toque de perfume, sus manos dibujan la perversidad de la dulzura y la austeridad del lujo, Jacobs se instala en el pedestal de la visión y nosotros veneramos su espectáculo. Ahora además de devorar sus colecciones puedo devorar su apariencia porque aceptémoslo... luce encantador y en este Infierno si el empaque viene con lazo de seda será porque abraza el infinito valor del brillante que esconde dentro. Así Marc Jacobs existe maravilloso.

martes, 4 de septiembre de 2007

¡JOYEUX ANNIVERSAIRE!


Mademoiselle Coco Chanel calzando sus Souliers.

Cada paso tiene un destino diferente, cada paso guarda nuestro pasado y marca nuestro futuro, cada paso nos brinda el inevitable regalo de la vanguardia. Sin embargo, no todos los pasos se viven igual, hay algunos temerosos, otros firmes, los hay volátiles, desgarbados, débiles, sensuales... chic.
Los Souliers dirigen un destino propenso a no fallar y dibujan el camino de un éxito implacable porque comprenden un capricho y lo transforman en belleza, aún después de 50 años, su esencia encanta y su espíritu vuela. No hay pies que se resistan a su arquitectura, así como no hay mujer que no quiera ser hermosa y Coco Chanel lo sabía, haciéndose dueña de la cualidad más enigmática de todas: la inteligencia. Tradujo todos los suspiros, recreó todas las ideas, entendió todos los llamados y vistió todas las almas; dejó su propio cuerpo para dedicarse a otros e imaginó soberbiamente un calzado inmortal.


Katherine Hepburn como Coco Chanel en "Coco", el musical 1969.

Larga vida a los clásicos que superan adversidades, tiempos, cambios y humores, que después de todo existen porque el deseo permanece y las ganas de sentir no mueren, los Souliers buscaron la forma y encontraron la eternidad. Sus características hicieron de la mujer un diseño perfecto, largo y delicado; su color negro en la punta obsequió feminidad, al mismo tiempo que encontraba inspiración en el calzado masculino, dualidad que siempre idealizó la mente de Mademoiselle Chanel; y su restante color beige otorgó la infinidad a aquellas piernas que se rehúsan a terminar.
Para la elaboración de un ícono como este se requieren de 40 horas de trabajo manual y la sutileza de un zapatero francés llamado Raymond Massaro. Actualmente, las generaciones no abandonan el valor de un pensamiento y todavía hoy Massaro ayuda a Karl Lagerfeld a reinventar las situaciones.
Pocos accesorios poseen el suave toque de la elegancia conjuntado con el necesario descanso de la comodidad y Gabrielle no reparó en que sus escarpines contaran con dichas cualidades, atreviéndose a llevarlos aún cuando el decoro durante la época de la posguerra exigía el absurdo mandamiento de portar los zapatos del mismo color que el atuendo. Coco Chanel desafió y el mundo entendió.


Caminando por Paris en 1962.

Muchos querrán descifrar el interior de esta diseñadora francesa, su soledad, sus palabras y su gran mito desconocido, yo sólo quiero llevarla a través de sus creaciones, admirarla por su trabajo y extrañarla por lo que pudo ser. Este año una de sus aportaciones genera miles de historias (Vogue septiembre) y convence a miles de rostros de la gran hazaña del mundo de la moda, ese que ha sido construido por medio de colores emblemáticos, de cortes arrebatadores, de nombres memorables y de zapatos delicadamente superiores que aguardan un par de cómplices para nunca abandonar la conciencia de nuestras pisadas.