lunes, 17 de septiembre de 2007

ESTILO REAL



El estilo puede traducirse con infinidad de letras y existe desde siempre un deseo incontenible por encontrar la frase perfecta que describa el universo de creaciones que se esconden detrás de él. Actualmente, hay miles de ejemplos reducidos en nombres famosos que intentan, más no logran, presentar una imagen cuyo significado acabe con la efímera búsqueda de un ideal, sin embargo, los adjetivos célebres que se le han adjuntado a este término acaban por ser más un remedo de lo in (por no decir indigno) que un ferviente triunfo. Sienna Miller, Keira Knightley, las Olsen y una larga lista de estrella-das corren día con día bajo la insignia de lo chic, sin llegar al acto decoroso de la sofisticación, pero con una multitud detrás de ellas hambrienta de fashionismo existencial (lamento las susceptibilidades heridas, es sólo mi punto de vista). Sobra decir, el hartazgo que generan dichos rostros en mi rutina, no soporto verlas en las portadas de revistas, aunque vendan más que cualquiera, y no voy a darles cabida en mi sustancia criticando cada uno de sus respiros. Si quisiera detener los instantes para observar un retrato atemporal poseedor de las características obligadas de una chica con estilo, lo haría con la mujer que secuestra en sus movimientos el recuerdo de una grande y cuyo andar marca el conocimiento de la elegancia, su nombre... Charlotte Marie Pomeline Casiraghi Grimaldi.




De nombre impronunciable y belleza indiscutible, Charlotte surge con aires de enamoramiento noble y pinceladas de cuento de hadas, lo mismo enfrenta la dictadura de un reinado que los encantos mundanos de la tierra que pisa, por supuesto, con atuendos que van de la mano con el momento adecuado. Si su vida no es sencilla, sabe ocultarlo y si su atuendo falla, sabe imponerlo; nunca ha sido víctima de la voracidad vanguardista y contiene el olfato necesario para no sumergirse en la antigüedad de su abolengo.
Charlotte es dueña de una presencia arrolladora, un tanto melancólica con toques de sensualidad, por lo tanto, su estilo es una mezcla de lo que demanda cualquier joven fusionado con la clase que ilustran los genes y la individualidad del ser. Vogue USA y Vanity Fair la han incluido en sus respectivas listas de suprema vestimenta, aún siendo una pequeña, y yo añoro admirarla algún día en editoriales de Demarchelier y no de paparazzi. Ella sí tiene mi permiso. Estaría genial en un YSL de flores violetas haciendo castillos de arena bajo el atardecer de la Costa Azul o qué tal si la instalamos en el estilo de su abuela, Grace Kelly, y la enfundamos en un Christian Dior vintage mientras se reclina en un sillón de terciopelo para una fotografía blanco y negro.



De día se desliza en sacos y jeans, por la tarde baila en minivestidos y peep toes y en la noche flota entre plumas, canutillos y profundidad. No le teme a la altura de un par de tacones y besa tiernamente el erotismo de unas medias de seda, la chica lleva lo clásico en la sangre pero con destellos de modernidad, el linaje se prenda de su sonrisa y la rebeldía de su sombra.
Colores de bajo perfil, accesorios exquisitos y telas arrolladoras son algunos detalles complemento de su vanidad; el maquillaje es sutil y el cabello delicadamente natural; sin faltar Chanel, Valli y Chloé siguiéndola por donde ella ordene. El apellido es un peso que ha aprendido a guardar en magníficos bolsos, a veces índice de la enormidad y otras acento de la modestia. Las gafas vintage de Ray Ban esconden la inevitable apariencia de una princesa, aún cuando la hermosura parezca no ser del todo prolija. Las bufandas largas y gruesas recorren el torso con distinción mientras repelen los vientos del Viejo Continente. Y los diamantes brillan a la par de una noche que marca el refinamiento concedido a las galas de alcurnia.




La adorable monegasca es inspiración de creadores y obligada invitada de los front rows, sin embargo, su espíritu no roba cámara... no... ella desafía la soberbia y arrogancia encontrada en las demás rubias celestinas que aparecen sonrientes bajo la luz cegadora de la fama. A diferencia de las otras, Charlotte monta caballos, no lo que se mueva. Sus partes íntimas siguen siendo íntimas y uno puede fácilmente perderse en la sustancia de su mirada para jamás encontrarla con la mirada perdida por las sustancias, es decir que su ritmo se escucha más por el lado de Vanessa Paradis que por el de Fergie. Aunque en ocasiones parece aburrirse sumergida en los sueños creados por una imaginación a la que no le falta nada pero que añora mucho, haciéndolo con la tremenda desfachatez de una princesa que se encuentra sentada en el lugar privilegiado que le reservan durante los desfiles de Karl Lagerfeld.
Pero es Charlotte, la niña consentida de Mónaco. No hay nada que no se le permita, así como no hay nada que se le compare. El silencio de su distinción retumba más que el obligado glamour del brillo espectacular de actrices y cantantes. Su mejor arma es existir y su huella madurará con los años, logrando la evolución concreta de una musa de infinito carácter y tradición. El tiempo será el mejor aliado de su muy personal método chic y seguro le otorgará la aprobación de más de un detractor. Además habla francés y eso tiene que hacerla aún más irresistible.



Y sí, tiene buen cuerpo... ·%&$(?@/" ¡Maldita sea!. Les dejo un regalo para satisfacer el morbo.


2 comentarios:

Alice dijo...

que envidia no?
una princesa como de cuento de hadas...

Anónimo dijo...

Me parecia dificil de describir el estilo de charlotte pero creo que tu sii encontraste la forma ideal de hacerlo todos sabemos que charlotte es una “princesa”